La sociedad humana en el mundo está haciéndose cada vez más pluralista desde el punto de vista cultural y religioso. La relativa facilidad de los medios modernos de comunicación y transporte ha sido uno de los factores que ha influido en ello. Así, se ha producido una creciente interdependencia de los pueblos en ámbito económico, cultural, social y educativo.
Esta pluralidad es un hecho. La gente debe aprender a aceptarla. Deben proseguir los esfuerzos positivos para promover un mejor entendimiento recíproco y una mayor colaboración entre pueblos de diferentes culturas y religiones. Las culturas y las religiones pueden enfrentarse, pero no deben enfrentarse necesariamente. Se debe evitar ese enfrentamiento. Por eso, la humanidad debe avanzar, evitando un enfrentamiento y fomentando la armonía y la colaboración.
Hay muchos desafíos y tareas que requieren la colaboración de las personas procedentes de diferentes ambientes. Por ejemplo, una mayor justicia en la sociedad, la reducción de la brecha entre ricos y pobres, la promoción de la paz, la prevención de la guerra, el uso de los bienes terrenos y la conservación del medio ambiente.
El Papa Juan Pablo II ha invitado a los representantes de las diferentes religiones a Asís con esta convicción de la necesidad de colaboración. En 1991 ya había afirmado: “Estoy persuadido de que las religiones tendrán hoy y mañana una función eminente para la conservación de la paz y para la construcción de una sociedad digna del hombre” (Centesimus annus, 60). Diez años después, repitió esa misma convicción en la clausura del gran jubileo: “En la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo es también importante para proponer una firme base de paz y alejar el espectro funesto de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos períodos en la historia de la humanidad” (Novo millennio ineunte, 55).