AD EXTRA (CULTURA DEL ENCUENTRO)

El diálogo que la Iglesia Católica cultiva con las otras Iglesias y Comunidades cristianas no se detiene en aquello que tenemos en común, sino que tiende hacia el objetivo más alto de volver a recobrar la unidad perdida. El ecumenismo tiene como fin la unidad visible de los cristianos, que Jesús pidió para sus discípulos: Ut omnes unum sint, que todos sean una cosa sola (Jn 17, 21).

En este campo el diálogo que ha alcanzado la calificación de ecuménico ya está abierto; más aún: en algunos sectores se encuentra en fase de inicial y positivo desarrollo. Mucho cabría decir sobre este tema tan complejo y tan delicado, pero nuestro discurso no termina aquí. Se limita por ahora a unas pocas indicaciones, ya conocidas. Con gusto hacemos nuestro el principio: pongamos en evidencia, ante todo tema, lo que nos es común, antes de insistir en lo que nos divide. Este es un tema bueno y fecundo para nuestro diálogo. Estamos dispuestos a continuarlo cordialmente. Diremos más: que en tantos puntos diferenciales, relativos a la tradición, a la espiritualidad, a las leyes canónicas, al culto, estamos dispuestos a estudiar cómo secundar los legítimos deseos de los Hermanos cristianos, todavía separados de nosotros. Nada más deseable para Nos que el abrazarlos en una perfecta unión de fe y caridad. Ahora, que la Iglesia católica ha tomado la iniciativa de volver a reconstruir el único redil de Cristo, no dejará de seguir adelante con toda paciencia y con todo miramiento; no dejará de mostrar cómo las prerrogativas, que mantienen aún separados de ella a los Hermanos, no son fruto de ambición histórica o de caprichosa especulación teológica, sino que se derivan de la voluntad de Cristo y que, entendidas en su verdadero significado, están para beneficio de todos, para la unidad común, para la libertad común, para plenitud cristiana común; la Iglesia católica no dejará de hacerse idónea y merecedora, por la oración y por la penitencia, de la deseada reconciliación.

Las modalidades del diálogo entre los creyentes pueden ser diversas: hay un diálogo de la vida, compartiendo alegrías y dolores; existe un diálogo de las obras, colaborando en orden a la promoción del desarrollo del hombre y la mujer; existe un diálogo teológico, cuando es posible, con el estudio de las respectivas herencias religiosas; existe el diálogo de la experiencia religiosa.

Este diálogo no es un acuerdo, sino un espacio para el testimonio recíproco entre creyentes que pertenecen a confesiones distintas, para conocer más y mejor la religión del otro y los comportamientos éticos que ésta conlleva. Por el conocimiento directo y objetivo del otro y de las instancias religiosas y éticas que especifican su credo y praxis, se acrecientan el respeto y la estima recíprocos, la mutua comprensión, la confianza y la amistad. «Este diálogo, para ser auténtico, debe ser claro, evitando relativismos y sincretismos, pero animado de un respeto sincero por los otros y de un espíritu de reconciliación y de fraternidad».

La claridad del diálogo comporta, ante todo, la fidelidad a la propia identidad cristiana.

(Educar al Diálogo intercultural en la escuela católica 14, 15 y 16)(Ecclesiam Suam)

 

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