Historias de convivencia entre los creyentes de Cristo y los islámicos. Viaje en Tierra Santa, al Instituto Magnificat, fundado por los franciscanos, donde los niños y los jóvenes de fe diversa comparten la alegría y el trabajo de la práctica musical. La historia del director, David Grenier, y de la estudiante Rita Tawil
“La música es capaz de edificar y alimentar uniones felices entre personas que, por origen y pertenencia religiosa, son o se perciben extraños y distintantes, a veces incluso enemigos. La música tiende colaboraciones y complicidades inimaginables. Es lo que expertimento a diario”. Son palabras de David Grenier, canadiense, 39 años, franciscano: desde hace dos años dirige el Instituto Magnificat, escuela de música de la Custodia de Tierra Santa situada en Jerusalén, en la Ciudad Vieja, en el convento de San Salvador. A fundarla en 1995 fue el organista del Santo Sepulcro, el músico y padre Armando Pierucci, que comenzó a dar lecciones a un minúsculo grupo de chicos sobre un viejo piano que estaba inutilizado en el convento.
Hoy la escuela, que es posible frecuentar desde los 4-5 años de edad, tiene 200 estudiantes cristianos y musulmanes. Los profesores son 23: algunos cristianos, la mayoría judíos. Se han formado tres coros y dos orquestas que se exhiben regularmente en Tierra Santa y en muchos otros países europeos (includida Italia).
La relación entre los chicos
“La pertenencia religiosa es un factor que no influye, tanto es así que no sabría decirte con exactitud ni si quiera cuantos de nuestros estudiantes son cristianos y cuantos musulmanes. En esta escuela cuidamos con gran escrúpulo de cada uno de los chicos. El cristiano no se ocupa solo de los “suyos”, su dedicación está destinada a todos: este es el principio que guía nuestro instituto”, afirma el padre David, que añade: “Entre los niños y los chicos la religión no es motivo de división: lo que cuenta para ellos es tener al lado a los amigos, hacer música juntos y poderla ofrecer al público. Su satisfacción y su felicidad, cuando tocan en la orquesta, son palpables”.
Rita y su violín
A las palabras del franciscano se unen las de Rita Tawil, 15 años, musulmana, estudiante de violín, que cuenta: “¡La relación entre los estudiantes musulmanes y cristianos es óptima! Muchos de mis amigos son de fe cristiana: en mi ambiente es algo normal. Frecuento el Magnificat desde que era pequeña e me he encontrado siempre bien. Considero la música no sólo una forma de comunicación, sino un estilo de vida, especial y diferente a cualquier otro, por lo tanto aprecio mucho la oferta formativa y la oportunidad que el instituto ofrece a las jóvenes generaciones de Jerusalén”.
Oportunidades de trabajo
En 2003 el Magnificat ha firmado una convención con el Conservatorio Arrigo Pedrollo de Vicenza: sigue por lo tanto los programas de los conservatorios italianos y otorga diplomas reconocidos por la Unión Europea. Hace dos años, además, siempre en colaboración con el instituto vicentino, comenzó el primer ciclo universitario. “Nosotros franciscanos, junto a todo el cuerpo docente, nos
empeñamos para que el Magnificat sea un instituto de excelencia, en grado de formar músicos cualificados que puedan continuar sus estudios también en el extranjero o trabajar en Tierra Santa”, dice el padre David. “En el mundo palestino, también gracias a la actividad de nuestra escuela y a los muchos conciertos organizados, el interés por la música ha aumentado sensiblemente a lo largo de los años y se han fundado diversas escuelas: hay por ejemplo una en Belén y otra en Ramala. Nuestros jóvenes encuentran fácilmente trabajo. A diferencia de lo que ocurre en Italia, aquí se puede vivir de la música”.
Laboratorio de paz
En esta tierra tan duramente castigada durante décadas de desencuentros y tensiones el Magnificat es un laboratorio de buena convivencia. “Es un ejemplo feliz que puede animar a otros a caminar en la misma dirección”, subraya el padre David. “Soy consciente de que nuestra obra es algo pequeño, una gota en el mar, sin embargo creo que, como dice el papa Francisco, la paz es de verdad un trabajo artesanal, un trabajo que para nosotros está fundado en el cuidado y la educación paciente de cada chico. Una sociedad cambia cuando empieza a mutar la mentalidad de cada una de las personas. Niños, jóvenes y adultos de fe diferente, frecuentando nuestra escuela cada día, aprenden a comprenderse los unos a los otros, a quererse y a respetarse evitando de construir los muros de la desconfianza y la sospecha. Aquí las relaciones son serenas no solo entre los cristianos y los musulmanes sino también entre los profesores judíos y los estudiantes musulmanes y sus familias. Desde este punto de vista, nuestro instituto, fiel al espíritu que anima la presencia franciscana en Tierra Santa, intenta ser un puente entre dos pueblos que han sufrido mucho”.
Papel estratégico
Para forjar esta laboriosa convivencia entre personas de creencias diferente que se convierte en algo vital para la entera comunidad, la música desarrolla un papel estratégico. “Estoy convencido que es una dimensión constitutiva del hombre y por eso irrenunciable para la existencia”, concluye el padre David. “La música alcanza cada persona y permite conocer el alma humana. Yo estoy estudiando árabe pero se que no tendré nunca la mentalidad de un árabe: sin embargo, cuando escucho tocar a un músico árabe, yo se de él. La música es incomparable para construir vínculos entre los humanos y con Dios”.
Reflexionando sobre su experiencia en el Magnificat, Rita obsderva: “En cuanto lenguaje universal, la música consigue unir jóvenes y adultos de origen o religión diversa, es de gran ayuda en la construcción de una convivencia. Cuando toco con otra persona no pienso en sus creencias o su pasado: mi único pensamiento es como poder hacer juntos buena música”. (Vatican Insider)