Mi amor es Jesús el betlehemita.
El hijo de la Virgen israelita.
Niño que imagino de castaño y grácil pelo,
el de los ojos profundos como el cielo,
transparente y azul de Galilea.
El Jesús cuyas mieles de consuelo,
son más dulces que el almíbar que gotea,
de los sacros panales del Carmelo.
Yo adoro al pescador de Palestina,
que arrojaba la red de su Palabra,
tejida de celestes claridades,
en medio del hervor de las ciudades,
junto al pobre lagar del campesino,
del monte en las augustas soledades,
a la sombra del árbol del camino,
o a la orilla del mar de Tiberíades.
Amo a aquel buen Jesús paciente y bello,
que conduce amoroso sobre el cuello,
a la ovejilla sin redil ni avena,
al Jesús que ni al hipócrita condena,
con torvo seño y con la voz airada,
al que la furia de la mar serena,
y al que al rayo de amor de su mirada,
posterna ante sus pies a Magdalena.
Cuando en mi triste soledad razono,
y en la gran postración de mi abandono,
el alma siento de piedad sedienta,
la fe del hijo pródigo me alienta,
y desde las tristezas de mi olvido,
vuelvo a Jesús con ansiedad enamorada,
como el pájaro errante busca el nido,
cuando estalla el furor de la tormenta.
A veces cuando mi alma se debate en el dolor,
y queda en el combate como un soberbio gladiador,
sin pedir compasión porque es en vano,
pasa Cristo y su bálsamo y su vino,
derrama en mis heridas con su mano,
y luego me levanta en el camino,
con el amor del buen samaritano.
Cuando la duda sin piedad me azota,
y va mi fe como barquilla rota,
sacudida con ímpetu violento,
cuando en el fondo de mi pecho siento,
extinguirse el vigor de la esperanza,
radiando majestad, tranquilo y lento,
Cristo hacia mí
por sobre el mar avanza,
y se calman el piélago y el viento.
Oh Jesús, resucítame,
cuando estoy muerta para el bien,
soy un náufrago, se el puerto,
soy cautivo, quebranta mi cadena,
soy tempestad, mi rebelión serena,
tengo sed, se tu el agua de mi fuente,
y déjame Oh Jesús, en toda pena,
sobre tu corazón doblar mi frente,
como a Juan en la noche de la cena.
Por María Beatriz Alanís de Meléndez