Tanguieta, un hospital en África que une a cristianos y musulmanes

Historias de convivencia entre los que creen en Cristo y los que creen en Alá. Viaje al norte de Benín, en donde hay un gran centro médico fundado por los “Fatebenefratelli”. Hablan el director, fray Fiorenzo Priuli, y su amigo Cheikh Moussa Aboubacar, califa de Níger

«La convivencia entre cristianos y musulmanes, aquí en Benín, es serena: suelo decir que si las relaciones entre los fieles de las dos religiones fueran así en todas partes, ¡no asistiríamos a los dramas que hoy ensangrientan tantas partes del mundo!». Son palabras de fray Fiorenzo Priuli, cirujano de 70 años que representa un faro para miles de pacientes africanos (asesor de la OMS sobre Sida e infecciones, galardonado con la Legión de Honor por el presidente francés). Y sobre sí mismo dice: «agradezco al Señor porque me ha llamado a colaborar con Él en la maravillosa obra de curar a los que sufren y de custodiar la vida». Desde hace más de 40 años vive en una pequeña ciudad en el norte del país, Tanguieta, en donde dirige el hospital Saint Jean de Dieu, un polo de excelencia en la medicina africana que fue fundado en 1970 por los religiosos de la Orden hospitalaria San Juan de Dios, mejor conocidos como “Fatebenefratelli”. En aquella época ofrecía 82 camas para pacientes, y ahora son 415.

La historia de este gran hospital, que también se ha convertido en centro universitario, describe los hermosos vínculos que nacen entre los seres humanos de diferentes religiones, ciando comparten las responsabilidades hacia otros hombres o mujeres heridos y cuando se alían para dar lo mejor de sí mismos con tal de curar vidas postradas por la enfermedad. Vínculos sólidos que no conocen las fronteras de los estados.

Un objetivo común: el cuidado

En el hospital, los médicos (incluidos los internos) son 25, mientras 300 personas integran el personal paramédico y administrativo. «Muchos son musulmanes (como mi vice en la sala de operaciones, que se acaba de casar con una enfermera católica) y las relaciones entre todos nosotros son óptimas», cuenta fray Fiorenzo. «Trabajamos juntos día y noche, impulsados por un objetivo común: tratar de ofrecer la mejor asistencia posible a los miles de enfermos que vienen aquí, a menudo después de haber afrontado viajes largos y agotadores. Cada año tenemos entre 18.000 y 20.000 nuevos pacientes (y 5000 de ellos son niños) de los países vecinos (Togo, Burkina Faso, Níger, Nigeria): 14.000 están hospitalizados y los demás reciben asistencia en los ambulatorios».

Los pequeños pacientes

El clima en esta zona es particularmente duro: durante algunos meses se llega a los 43 grados de día y de noche; la estación seca dura más de 6 meses, y esto favorece la difusión de las enfermedades, que todavía se difunden en formad e epidemias (como la tifo, la meningitis…). «Siempre hay muchísimo trabajo que hacer», dice fray Fiorenzo. «La sección de pediatría, que cuenta con 111 camas, nunca tiene menos de 130-140 pacientes, a veces hasta 300. Desgraciadamente todavía en la actualidad los niños llegan al hospital cuando están en condiciones muy graves porque sus padres prefieren tratar de curarlos encomendándolos a los hechiceros locales. La religión más difundida, de hecho, es el animismo, aquí en el norte, y el fetichismo en el resto del país. Nosotros los cristianos somos alrededor del 15% de la población, y los musulmanes están entre el 15 y el 18%».

Las autoridades religiosas

«Con las autoridades religiosas islámicas tenemos relaciones excelentes», prosigue fray Fiorenzo. «Nos frecuentamos y colaboramos interesándonos por el bien de la población: por ejemplo, cuando llegan del extranjero médicos especializados que se ponen a disposición de los pacientes, yo me reúno con el presidente de la Unión Islámica del país para explicarle los detalles de la misión médica y después es él quien difunde capilarmente la noticia en las mezquitas, asegurándose de que todos estén informados».

La amistad con el califa de Kiota

Hace unos treinta años, entre los pacientes del hospital había un musulmán oriundo de Kioto (ciudad de Níger, a unos 700 kilómetros de Tanguiéta), quien, al volver a casa, describió la óptima asistencia médica que recibió al califa de Kiota, autoridad y guía espiritual de la Confraternidad Tijaniyya, de inspiración sufi. Desde entonces, el califa comenzó a enviar regularmente a los enfermos al hospital de Tanguieta, dándoles una carta a cada uno en la que se describía el caso clínico y prometiendo a fray Fiorenzo un recuerdo en la oración de los viernes en la mezquita. «El califa era un hombre de paz, muy abierto, sinceramente comprometido en el diálogo interreligioso: cuando murió, la primera persona que fue a velar sus restos fue el arzobispo de Niamey», recuerda fray Fiorenzo. «Nuestra relación fue exclusivamente epistolar, nunca nos encontramos, pero nos hicimos amigos, nos unían estima y afecto recíprocos».

Del padre al hijo

Y ahora prosigue la obra del califa su hijo, Jeque Moussa Aboubacar Hassouni, de 56 años y padre de 4 chicos. Ahora es él el línea religioso y director del Instituto de El Azhar de Kiota. Forma parte de la comisión interregionale para el diálogo interreligioso, es presidente del Comité del Diálogo Interreligioso de la región de Niamey y está terminando la redacción de un manual de formación sobre el tema como asesor de una organización que colabora con la Unión Europea.

La situación en Níger

«En los encuentros dedicados al diálogo —explica— pongo el ejemplo de Níger, en donde las relaciones entre cristianos y musulmanes son cordiales y tranquilas, basadas en la colaboración y el respeto recíprocos. Mi voluntad es defender y sostener un islam pacífico, en este caso el islam sufi y de la Confraternidad de Tijaniyya, que es mayoría en mi pueblo».

Fray Fiorenzo lo describe como un hombre fiel a la obra y al estilo de su padre. «Esta continuidad para mí tiene un gran valor. Todavía recuerdo con conmoción la fiesta que organizó en mi honor en Kiota hace algunos años: fueron invitados muchísimos de mis pacientes de todo Níger. Recibí demostraciones de afecto y de agradecimiento extraordinarias». El califa Moussa Aboubacar, por su parte, también dedica palabras de afecto al fraile: «me sorprenden de él su generosa disponibilidad y la simpleza: aprecio mucho su deseo de volverse siervo de todos, sin distinguir ni el color de la piel, ni el credo religioso o político. Es un hombre de gran humanidad».

La presencia católica

Y, reflexionando sobre la presencia de los cristianos en África, observa: «estoy convencido de que pueden traer al continente africano paz, fraternidad, desarrollo. Los católicos en Níger han construido institutos escolares y hospitales, y los han puesto a disposición de la población, que es principalmente musulmana. Además han sido capaces de ponerse al lado de cada persona, compartiendo alegrías y dolores. Son gestos que los musulmanes aprecian mucho».

Fraternidad fecunda

Las personas auténticamente religiosas (cristianas y musulmanas) que trabajan juntas «pueden proponer un testimonio importante al mundo, ofrecer la prueba de que la fraternidad y la mutua comprensión son posibles», observa fray Fiorenzo. Según el califa Moussa Aboubacar «constituyen la base que necesita el mundo hoy para construir la paz del mañana. El ejemplo más concreto lo ofrecen justamente las excelentes relaciones de amistad y de fraternidad que tienen el califa de Kiota y fray Fiorenzo: no se trata de la simple amistad entre dos hombres, sino de una amistad en la que participa también la población, que es el primer testigo y también el primer beneficiario». (Vatican Insider)

 

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